domingo, 1 de julio de 2007


Buxarrais y su forma de hacer Iglesia

MELILLA.
Han pasado ya quince años, pero el tiempo no ha conseguido borrar en Málaga el recuerdo que dejó Ramón Buxarrais durante las dos décadas que fue obispo, hasta que en 1991 lo dejó todo para irse a vivir con los pobres a Melilla. Por algo era considerado el obispo rojo. En la ciudad norteafricana, donde recibió a un equipo de Málaga hoy, ha encontrado su sitio y defiende la Iglesia que siempre quiso: la que lucha desde abajo sin condiciones. Y con autocrítica, que para Buxarrais es "el gran valor de la democracia".
Ramón Buxarrais (Santa Perpetua de Moguda, Barcelona, 1929) mira al mundo desde unos profundísimos ojos azules y cargados de buenas intenciones. Sin cuentas pendientes. Con la perspectiva que le dan los años y el Estrecho, el que fuera obispo de Málaga entre los años 1973 y 1991, habla del pasado y de su día a día sin tapujos.
Hoy, a sus 78 años, sigue suponiendo un revulsivo allá donde va. Y se le ve satisfecho. "Vivir aquí, en la Gota de Leche de Melilla -un centro asistencial para mayores y niños-, es el único destino que yo he elegido en toda mi vida". Y en Melilla, dice, quiere morir. "Deseo que me incineren y que mis cenizas vayan a un osario común". Cuando se le plantea que quizá no sea el destino ideado para él por muchos de sus feligreses, sonríe: "Ya me lo han dicho, pero lo tengo en el testamento".
Conocer a Buxarrais es todo un privilegio. Tratarle, para muchos, lo más parecido a tutear a un santo. Que se lo digan a los presos de la cárcel de Melilla, donde preside la pastoral penitenciaria, y que se dirigen a él como Santo Padre o Papa Ramón. Carismático, afable y de gran lucidez, el sacerdote maneja una personalidad arrolladora y un excelente sentido del humor. Don Ramón Buxarrais merece la pena.
Él dice que ya vive retirado, pero no conoce el descanso. Todos los días atiende a los ancianos de la Gota de Leche, así como a los niños y adolescentes acogidos en el centro. Pero además, entre tres y cuatro días a la semana acude a la prisión, donde habla con los presos, tramita sus gestiones y hasta recoge sus pensiones del banco. Ahora, también impulsa en Nador una escuela de oficios para jóvenes ex presidiarios.
Los sábados, nunca falla a su cita con la céntrica iglesia del Sagrado Corazón, lo que el vicedelegado de medios de comunicación del Obispado, Rafael Pérez, bautizó como "el chiringuito de Don Ramón". Cada sábado, Buxarrais despliega una pequeña mesa de plástico justo delante de la cabina de confesión y allí despacha, como dice él. Precisamente, tras esa mesa vivió el sacerdote una de las anécdotas que dan sentido a su vida. "Un día de lluvia llegó Hassan con unos zapatos destrozados y llenos de agua; salí a la zapatería y le compré unos tenis de 10.000 pesetas, pero que me dejaron en 5.000 por conocerme; Hassan se puso contentísimo y dio la casualidad que saliendo él llegaba una señora preguntando por mí porque traía un donativo y en ese sobre había exactamente 5.000 pesetas; así es mi vida, siempre que doy, recibo".

No hay comentarios: